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El Mundo: Juan Guaidó, un líder siempre en el ojo del huracán

«Tenemos la vista en la pelota, pero para que haya carreras debe haber gente en las bases. Nos hacen falta todos ustedes». Cuando Juan Guaidó asumió la presidencia de la Asamblea Nacional (AN) hace tres años usó un símil de su deporte favorito, el béisbol, para explicar el plan que llevaba dentro de la cabeza.

Por DANIEL LOZANO / El Mundo

Dieciocho días después sorprendió al mundo, a Venezuela y a parte de la oposición asumiendo la presidencia encargada como contrapeso a la juramentación de Nicolás Maduro, fruto de la usurpación del poder y del fraude electoral de mayo de 2018. Así lo dictaba la Constitución. Esos mismos sorprendidos dentro del antichavismo son los que hoy se le oponen en la oposición.

El tiempo ha demostrado que a la ecuación propuesta por Guaidó en su desafío a la topoderosa revolución bolivariana le faltaban varios números pese a las expectativas tan altas que concitó tanto dentro como fuera del país. La fuerza represiva del chavismo, los generales cómplices de Maduro como principal fortaleza y los aliados internacionales, no sólo Cuba, también Rusia, Turquía, Irán y China, trabajando en común para proteger a su amigo petrolero.

La gente salió a la calle y fue reprimida con brutalidad mientras 60 países reconocían al nuevo presidente interino y apostaban por él para sacar a Venezuela de la oscuridad.

«Casi todos ustedes» fueron, pero no fue suficiente. «Guaidó se vio obligado por las circunstancias a hacerle frente a una situación imposible, bajo la sombra de Leopoldo López y de su partido, Voluntad Popular (VP)», rememora la politóloga María Puerta Riera.

Una situación imposible, parecida a la que sufre Venezuela, que se ha mantenido a duras penas hasta ahora. Con 38 años, Guaidó ya no es el joven que durante unos meses encabezó todas las encuestas de popularidad, cuando buena parte del país creyó que el cambio era posible. Como una estrella fugaz, su estela se fue aligerando con el fracaso de la operación de ayuda humanitaria en la frontera y con la fallida rebelión militar del 30 de abril, que sí pudo liberar a Leopoldo López pero que el chavismo solventó sin mayores problemas.

Algunos hablan del ocaso de Guaidó, pero el que fuera dirigente de VP, partido del que se distanció (relativamente) para aparecer como imparcial dentro de presidencia, no ha dejado de luchar. El mantra «cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres» es hoy una quimera en Venezuela, simplemente porque el régimen bolivariano llegó para quedarse hasta el «2000 siempre», como le gustaba decir a Hugo Chávez.

El transcurso del tiempo, varios escándalos en el entorno de la unidad democrática y el plan gubernamental para dinamitar a la oposición desde dentro, sembrando diferencias y comprando colaboracionistas, ha golpeado con dureza a la presidencia encargada y al propio Guaidó, que no obstante sigue siendo la cara más visible, y seguida, de la oposición.

En la virtud está el defecto, dice el axioma. Así es también con Guaidó. El pulso mantenido durante tres años y la capacidad de resistencia dicen mucho de este político de La Guaira, que ha sufrido el secuestro y exilio de familiares, ataques violentos de las fuerzas de la revolución y que incluso se vio obligado a saltar rejas y sobrepasar obstáculos de militares para recuperar durante unos días el Parlamento secuestrado por el poder bolivariano. A la cabeza, delante de los suyos.

El problema, a ojos de buena parte de los venezolanos, es que Guaidó no ha conseguido derrocar a Maduro, como sí se consiguió en la URRS comunista o en el Chile de Pinochet. En la comunidad internacional tampoco pensaban que la crisis se alargaría durante tanto tiempo.
Durante meses, el estilo Guaidó, firme pero sin estridencias en el país de los gritos y los insultos, encandiló a buena parte del planeta hasta convertirle en político de moda. En Madrid llenó la Puerta del Sol y por donde pasaba en Venezuela se juntaban miles de ciudadanos para escucharle.

Hoy ya no es así. La principal bondad de Guaidó es, sin duda, su capacidad de resistencia frente a un enemigo sin escrúpulos que no duda en llenar las cárceles de presos políticos. La resiliencia, una palabra de moda en Venezuela, define directamente al presidente encargado sin Estado pero con el apoyo de parte de la comunidad internacional.

«Enfrentamos a una de las dictaduras más terribles de la Historia», resumió el propio Guaidó durante la cumbre democrática convocada por el presidente Joe Biden. Siempre en el ojo del huracán y sin poder salir de él. Y con Maduro apostando muy fuerte a la desaparición de la presidencia encargada, sabedor de que ha sido, y es, su gran rival en sus nueve años al frente de la revolución.

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