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Las selvas del Vichada y Guainía son testigos de un nuevo –y sangriento– capítulo del conflicto armado interno en Colombia. La Segunda Marquetalia, comandada por Iván Márquez, y el ELN se disputan la extracción y comercialización del coltán, el oro negro por el que están despedazando el medioambiente, asesinando a campesinos y generando una ola de desplazamiento nunca antes vista en esa región.

Por SEMANA

Durante años, estas regiones han guardado un tesoro bajo sus suelos: coltán. No brilla como el oro ni se encuentra en sitios despampanantes, pero su valor en el mercado internacional lo ha convertido en una de las piezas determinantes. Este mineral alimenta la industria tecnológica, pero también financia parte del aparato criminal de la Segunda Marquetalia y del ELN.

En la mayoría de los casos, su valor no es cancelado en pesos, sino en dólares, lo que lo hace más atractivo para los ilegales, que lo comercializan en el mercado negro para luego terminar en el legal sin dejar rastros de su origen y del grave daño medioambiental que su extracción provoca. Los primeros rastros de coltán en esta zona de Colombia aparecieron hace más de una década, según expertos.

En ese entonces, pocos sabían qué era este mineral, una mezcla de tantalio y niobio utilizada en la fabricación de baterías de celulares, cables de fibra óptica y equipos de defensa. Sin embargo, los grupos armados ilegales entendieron rápidamente su potencial económico y lo integraron a su estructura de financiamiento.

Los que habitan este territorio aprendieron con el tiempo a conocer la forma en la que opera la minería ilegal. Foto: Daniel Reina Romero

 

Un experto ambiental de la zona entregó detalles de la pelea a sangre y fuego entre la Segunda Marquetalia y el ELN por el control del área donde extraen este mineral. “Primero llegaron geólogos y mineros ilegales, luego aparecieron emisarios de los grupos armados exigiendo su parte. Hoy las disidencias y el ELN controlan cada gramo que sale de estas tierras. Es un impuesto de guerra, una economía paralela que sostiene la violencia y el horror de la guerra que se vive por el olvido del Estado. Ellos vigilan la zona, la extracción del mineral y su comercialización”, contó sin tapujos a SEMANA.

Los que habitan este territorio aprendieron con el tiempo a conocer la forma en la que opera la minería ilegal, pues un día aparecieron hombres y mujeres armados, entraron al pueblo, preguntaron por las rutas más fáciles para llegar a los yacimientos y, sin mayor aviso, tomaron el control.

La minería ilegal del coltán no solo destruye la selva, sino que envenena los ríos con químicos tóxicos, como el ácido sulfúrico, utilizado para separar los minerales. Muchas de las aguas que antes sustentaban la vida de la región ahora están contaminadas, y la biodiversidad se reduce a medida que avanza la devastación. El conflicto por el coltán no es solo interno. La frontera con Venezuela y Brasil se ha convertido en un corredor estratégico para el tráfico ilegal. Documentos internacionales han señalado que parte del mineral extraído en Colombia termina en refinerías extranjeras, donde se procesa antes de ser vendido a empresas tecnológicas como si su origen fuera legal.

El coltán es el oro negro para la Segunda Marquetalia y el ELN, y, como todo recurso valioso en una zona sin ley, su explotación sigue siendo un problema de difícil solución.

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