“¡Soy tu marido! ¡A mí no me podés hacer esto!”, le escucharon gritar a Adolfo Godoy los vecinos de la casa ubicada en las afueras de la ciudad de Rosario, una noche a principios de agosto de 2003. La respuesta fueron tres disparos. Así, María del Carmen Rombolá le puso fin a la deteriorada relación que mantenía con el camionero y recibió el apodo con el que se la conocería a partir de entonces: “La descuartizadora de Funes”.
Después de asesinar a balazos a su pareja, Rombolá le pidió ayuda a su amante, un albañil al que frecuentaba desde hacía aproximadamente un año, para deshacerse del cuerpo. Entre los dos descuartizaron a Godoy con serruchos, cinceles y hasta con una amoladora. Su historia inspiró un capítulo de la serie televisiva “Mujeres asesinas”.
“Algún día me van a entender”, dijo la mujer con una llamativa tranquilidad poco después, al salir esposada de los Tribunales, donde había sido trasladada para dar su versión de los hechos al juez de Instrucción Osvaldo Barbero. La Justicia la condenó a 12 años de prisión, pero el encierro no le quitó las mañas.
Rombolá confesó antes de que se lo preguntaran que había matado a Godoy. Lo que no dijo, y tardó unos cuatro días en revelar, fue qué había hecho con el cuerpo.
La resolución de la incógnita tuvo cierto cinismo, ya que los restos de Godoy estaban enterrados en la huerta del barrio Fonavi donde un año antes, cuando la pareja se mudó allí, Rombolá había propuesto construir un horno de barro para los chicos que se rehabilitaban de distintas adicciones en ese lugar.
El domingo 10 de agosto, Día del Niño, los investigadores destrozaron la loza que iba a servir como base del horno prometido y exhumaron, con los menores de testigo, 19 trozos de lo que había sido el camionero de 120 kilos asesinado por su mujer.
Se comprobó después que Rombolá había dedicado su tiempo en la cárcel a liderar una banda de estafadores que vendía autos robados en Buenos Aires.