El endurecimiento de la política monetaria comenzó a mostrar los primeros resultados sobre la actividad económica. El consumo y las ventas minoristas acumularon dos caídas consecutivas entre noviembre y diciembre del año pasado, mientras que la brecha del producto volvió a aumentar.
Las políticas fiscales del presidente Biden retrasaron el necesario ordenamiento de las finanzas públicas, un hecho que provocó un mayor desanclaje de las expectativas inflacionarias (la “inflación fiscal”) y ralentizó el efecto de la política monetaria de Jerome Powell.
La Reserva Federal respondió a la política fiscal de Biden con un estricto programa de endurecimiento de la política monetaria, por un tiempo aún mayor al que descontaban los mercados. Sin embargo, el costo en materia de actividad se hace notar: las ventas minoristas cayeron un 1,1% en diciembre del año pasado, después de haber caído otro 1% en el mes precedente.
El derrumbe fue más pronunciado en el sector de los bienes alimenticios, cuyas ventas disminuyeron en un 2,15% entre noviembre y diciembre de 2022. Asimismo, el consumo personal real del sector privado cayó un 0,2% en noviembre y 0,3% en diciembre.
Hasta ahora, el consumo había logrado sortear la tendencia recesiva que afectó al PBI durante los primeros dos trimestres de 2021, y de hecho este indicador fue la marca insignia de la cual se valió el Gobierno de Biden para afirmar que en el país no había ninguna recesión. Esta situación parece haber llegado a su fin tras el aumento de la tasa de política monetaria.
La brecha o gap del PBI volvió a situarse en terreno negativo, a pesar de los agresivos estímulos fiscales desplegados por la administración Biden en marzo de 2021. La actividad económica es casi un 1% inferior al nivel que cabría esperar de acuerdo a la medición del PBI potencial estimado por la Reserva Federal (referencia para la política monetaria).
La economía estadounidense vuelve a crecer a un nivel inferior al potencial, luego de haber logrado alcanzar efectivamente este umbral durante la administración del expresidente Donald Trump en 2019, y anteriormente por George Bush (h) entre 2005 y 2007.
Las perspectivas para 2023 no son optimistas. Aún con un escenario de hipotético crecimiento, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sugiere que la economía estadounidense podrá crecer hasta un 1,4% en el año 2023, pero el PBI potencial marca un crecimiento del 2%.
En este contexto tan delicado el presidente Biden anunció un nuevo aumento de los impuestos, esta vez concentrado sobre la recompra de acciones corporativas y las ganancias de capital (rendimientos generados por bonos y acciones). El Gobierno dispuso, además, de un incremento de hasta US$ 200.000 millones anuales al déficit fiscal durante los próximos 10 años.
Las nuevas medidas dejan un saldo evidentemente negativo. Los nuevos gastos anunciados no tendrán ningún efecto sobre la actividad porque no se vinculan al consumo del Gobierno (componente del PBI), sino meramente a las transferencias. Los impuestos en cambio sí afectan (y negativamente) a la inversión privada.
En particular, el aumento de la presión impositiva sobre los rendimientos de capital no parece una estrategia adecuada en un contexto inflacionario, ya que desalienta abiertamente el ahorro en instrumentos en dólares (y por lo tanto desalienta la demanda de dinero), dificultando todavía más el desarrollo de la política monetaria de Powell.
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