Los Windsor viven un psicodrama familiar y una lista de mutuos y amargos rencores, que han comenzado a hartar a sus súbditos, entre los que no son populares como la reina Isabel, y a los comentaristas de la realeza.
Cuando el 8 de septiembre se cumple el primer aniversario de la muerte de la reina Isabel II y los primeros doce meses de Carlos III en el trono, el nuevo soberano decidió finalmente reunir a toda la familia en el palacio escocés de Balmoral, en sus vacaciones de verano y continuar con la tradición. ¿Su intención? Mostrar lo opuesto a la realidad: una familia unida y reconciliada.
En el encuentro no figuran Meghan y Harry, los duques de Sussex, ni sus hijos príncipes, Lilibeth y Archie, a los que su abuelo, el rey, solo ha visto una vez porque nadie les habla.
El día anterior al aniversario, Harry estará en Londres en una función de beneficencia. Pero nadie los ha invitado. Ni siquiera después de las recomendaciones al rey para una reconciliación por parte del arzobispo de Canterbury, la máxima autoridad de la iglesia anglicana, que los casó en la capilla del palacio de Windsor.
La reaparición del príncipe Andrés
La sorpresa la dio el príncipe Andrés, el hijo favorito de la reina y excluido a vida de la Familia Real trabajadora, después del caso Epstein y el pago de 12 millones de libras que debió hacerle a la mujer que lo denunció de abuso sexual cuando ella era menor de edad. Un cargo que él niega.
Puedes leer la nota completa en Clarín