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El desastre de Chernóbil dejó cicatrices profundas, tanto visibles como invisibles, en millones de personas. A casi cuatro décadas del accidente, una voz emerge entre el silencio: la de Lyudmyla Panasetska, que residía en Prípiat, a pasos de la planta nuclear. Su relato personal nos guía a través del caos, el desconocimiento y las secuelas que marcaron una era.

Por: Gizmodo

Un temblor en la noche y un silencio ensordecedor

La madrugada del 26 de abril de 1986 parecía tranquila hasta que Lyudmyla Panasetska sintió vibrar su departamento. La vajilla se sacudía, pero no hubo alarmas. Lo que parecía un leve sismo era en realidad la explosión del reactor número cuatro de la central de Chernóbil. La magnitud del accidente, según organismos internacionales, superó cualquier antecedente: incendios incontrolables, emisiones de materiales radiactivos y una nube tóxica que cruzó fronteras sin aviso alguno.

La vida continuó con aparente normalidad hasta que, dos días después, comenzaron las evacuaciones improvisadas. Para entonces, los efectos invisibles de la radiación ya habían marcado a quienes vivían cerca de la planta.

La evacuación que llegó demasiado tarde

La desinformación reinaba en Prípiat. Según recuerda Panasetska, las autoridades demoraron 28 horas en alertar a los habitantes. Sin información clara, su familia optó por evacuar apenas recibieron la orden, llevando solo lo imprescindible. La evacuación masiva no solo desarraigó a 200 000 personas: les dejó heridas emocionales y físicas que aún persisten.

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Por abc noticias

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