CompartirAdvertise here Venezuela no sufre una crisis, padece metástasis. Lo que comenzó como un caso aislado, se ha convertido en un código genético que infecta cada decisión, institución, o promesa incumplida. No es un síntoma, sino el origen de la debacle. Un sistema político intoxicado, donde la deslealtad no es accidente, sino la regla. La tierra de Bolívar lleva consigo luchas, triunfos y decepciones. La infidelidad, no es reciente, sino la sombra que acecha cada etapa del proceso social. Carcome la confianza ciudadana, debilita instituciones, corrompe la democracia y perpetúa la inestabilidad. La traición en política más que un desencuentro ideológico, es la cicatriz que desgarra y divide la nación. Venezuela está plagada de episodios de apostasía, que se remontan a la época colonial. La ausencia de instituciones sólidas, ha creado un clima propicio para la conducta perjura. Heredó el caudillismo y un sistema donde el poder se ejerce como botín. En el siglo XIX, caudillos firmaban pactos y sin rubor rompían de madrugada. En el XX, partidos vendían revoluciones y entregaban dictaduras; y en el XXI, una revolución traicionó sus ideales para convertirse en cleptocracia. Prometieron lealtad a los menos favorecidos y crearon una nueva élite. Opositores juraron unidad y se fragmentó en mil pedazos por codicias. Muy pocos cumplen su palabra, y quienes lo hacen son ingenuos o mártires. El raquitismo partidista, el mediocre liderazgo y la pudrición endémica, intensifican la problemática. Cacarearon el final, sin embargo, perfeccionaron a Judas, hoy, interesados en su enriquecimiento a costa del bien público, asistidos de una ramplona colección de egos incapaces de cohesionarse. Juran castidad a un ideal y al amanecer comercian. La traición no es excepción, es la estrategia. Las consecuencias, son múltiples y devastadoras. Destrucción del tejido social que mina el afecto ciudadano, desmejora los lazos sociales y genera suspicacia, desconfianza. Sin contrapesos, el agotamiento del Estado, socava la legitimidad, dificulta gobernabilidad y progreso. El desequilibrio desleal obstaculiza la implementación de políticas públicas; la difamación, injuria y acusaciones mutuas, entorpecen el encuentro de soluciones consensuadas.Advertise here La insidia, se ha convertido en círculo vicioso. ¿Cómo salir? La respuesta no es sencilla ni está escrita en los libros, pero existen caminos. Fortalecer la libertad de las instituciones, garantizando su independencia. Combatir la podredumbre pública y privada, factor principal de la perfidia. Promover nitidez y rendición de cuentas de la gestión de representación, primordial para restaurar la confianza y, el compromiso de cumplir ofrecimientos e iniciar sentido entre las diferentes fuerzas políticas. Mas importante, condenar la abjuración con mecanismos sociales y legales para impedir su recurrencia. La superación de la indecencia, es compleja y requerirá la participación activa de todos los sectores y actores sociales, si el deseo es construir un mejor futuro. Para superar una epidemia que ha maltratado e instaurado un hondo daño social, es vital un cambio cultural. La traición tiene efectos catastróficos para la democracia, porque se burla, desprotege y abandona. A la ciudadanía, la destruye en su atadura íntima. Cuando se incumple un convenio y se deshonra lo acordado, se desgarran pactos de colaboración y se viola el adeudo. Por lo que, se impone un procedimiento que gratifique la lealtad, el compromiso con valores y principios democráticos; y se castigue la doblez oportunista y el robo al erario nacional. Una visión cuidadosa del respeto, decoro y honestidad. La vileza no es un cuento de deslealtades, es un problema estructural que amenaza el futuro democrático. No obstante, hay esperanza; la generación que creció viendo el fracaso de viejos discursos; los que arriesgan todo por denunciar y las comunidades que se organizan al margen de los decrépitos partidos. Ahí está la semilla del cambio. Porque mientras la política siga siendo un esparcimiento de tránsfugas, el país seguirá en el abismo. ¿Se puede construir una cultura basada en la confianza y compromiso hacia el bien común? Tal vez la vía hacia esta transformación sea con demora, pero con cada ciudadano dedicado y líder dispuesto a enaltecer, honrar su mensaje, será apreciado como un agente de cambio genuino. La democracia puede sanar sus heridas, para ello, debe superar la ponzoña de la traición, de la indignidad del engaño y construir una sociedad basada en la rectitud, probidad, lealtad y excelencia. ¿Podrá Venezuela superar su adicción a la traición? La respuesta es difícil, pero sin la voluntad de quienes dicen querer cambiarla, es imposible. No es cuestión de ideologías, o cambiamos radical la cultura de la traición, o la traición terminará de enterrar lo que queda del país. @ArmandoMartini Navegación de entradas Corina Yoris: Héroes