La psicóloga estadounidense Alison Gopnik mantuvo una charla con Infobae donde reveló sus hallazgos sobre el desarrollo cognitivo de los bebés
Ser la mayor de seis hermanos fue la causa que encaminó su carrera. Desde que inició sus estudios en psicología y filosofía Alison Gopnik derivaba sus intereses sistemáticamente a preguntarse cómo pensaban los bebés. “Era inevitable que me convirtiera en una mamá sustituta en casa”, relata en la charla por zoom que mantuvo con Infobae en exclusiva. “Había cinco hermanos y hermanas menores dando vueltas por allí. Nacimos todos en un lapso de 11 años. Mi primer hijo lo tuve a los 23, así que mi vida ha estado rodeada de bebés”, relata esta psicóloga nacida en Pensilvania hace 66 años.
En ese escenario, su dilema se centraba en una comparación: la dura tarea de concentración que significa para un adulto el aprendizaje o llegar a dominar un saber, frente a la cantidad de conocimiento que incorpora un bebé en poco tiempo.
Referente mundial, speaker TED, profesora de Psicología y profesora afiliada de Filosofía en la Universidad de California en Berkeley. Licenciada en la Universidad McGill y doctorada en la Universidad de Oxford, autora de más de un centenar de artículos científicos y de varios libros, miembro, entre otras, de la Cognitive Science Society y galardonada con el Premio Carl Sagan a la comprensión pública de la ciencia, Gopnik se declara amiga de las preguntas profundas: ¿cómo se aprende? ¿Cómo se guarda el conocimiento? ¿Por qué algunos saberes permanecen de por vida y otros no? Frente a estas preguntas, siempre abrevaba experiencias en su vida rodeada de bebés. “Siempre me han parecido infravalorados”, sentencia.
—¿Por qué?
—En nuestro laboratorio hoy tenemos evidencia de que el aprendizaje que realizan es mucho más holístico de lo que creemos. Por ejemplo, pudimos probar que tienen capacidad para calcular probabilidades estadísticas y actualizar sus hipótesis de acuerdo a lo que aprenden nuevo, tal como hace cualquier científico. Cuando estaba desarrollando mis primeros pasos profesionales, era habitual que ante un cuestionamiento preguntara en voz alta: ¿y esto cómo lo resuelven los bebés? Me ganaba decenas de miradas incrédulas, hasta que logré demostrar que los bebés están haciendo la tarea más enorme que realiza un ser humano: reconocer, aprender y aprehender el mundo que les rodea. Es tan esencial y gigantesco su proceso, es tan veloz, tiene tantas particularidades que considero que los bebés deberían ser otro tipo de humano, como otra especie dentro de la nuestra.
—¿Cómo aprende un bebé?
—Los impulsa la curiosidad por desarrollar una teoría causal del mundo. El cerebro de un bebé tiene capacidades inusuales. Está optimizado para explorar el entorno y rastrear la novedad, aquello que le implicará experimentar novedad y aprendizaje. Los niños más pequeños son un eslabón fundamental en la supervivencia de la especie. No sólo por que existen, claro, sino porque el modo que tienen de aprender les ayuda a crear dimensiones que creíamos imposibles.
—¿Por qué la ciencia ha tardado tanto en darse cuenta?
—Por una cuestión de género. Los bebés están asociados a la maternidad y este es un concepto femenino. Vinculados a las mujeres y bajo una disciplina dominada por los hombres aún al día de hoy, el debate sobre el conocimiento los consideró descartables. Durante años se asumía que los bebés eran un papel en blanco donde se van inscribiendo los principios del conocimiento. No es real. Los bebés nacen sabiendo ciertas cosas. Por ejemplo, desde que nacen son conscientes de algunas propiedades físicas de los objetos. Los recién nacidos tienen la capacidad de seguir con la mirada los objetos cuando ingresan y egresan de su campo visual. Rápidamente pueden reconocer las caras que ven con frecuencia y aprenden a imitar reacciones faciales, como sacar la lengua. También comienzan a entender cómo conseguir lo que necesitan.
—Aquello que los adultos consideramos manipulación, entonces, ¿sería otra cosa?
—Es que ahora sabemos que desarrollan sus propias teorías. Crean sistemas de pensamiento abstractos y coherentes, con reglas propias, en especial cuando logran establecer una causalidad. Por ejemplo, ¿qué hace que una persona regrese y me alimente? Hacen predicciones basadas en evidencia y cambian de opinión cuando descubren cosas nuevas. Es decir que, elaboran un aprendizaje incremental. Son rastreadores de información útil. Su vivacidad en la mirada es un imán hacia las cosas interesantes y nuevas. Jamás se aburren, porque cuando ya conocen algo, están buscando qué hay de nuevo. Lo curioso es que su rastreo no es azaroso. Persiguen patrones. Buscan modos de predecir resultados. De ese modo, intentan comportamientos y consecuencia. Tienen un esquema capaz de comprender cuestiones como “si pasa X cuando y, entonces va a pasar W cuando Z”. Incluso los más pequeños pueden ser extremadamente eficientes para resolver una consigna si se pide correctamente.
—Cuenta que los bebés pueden hacer operaciones matemáticas sencillas.
—Efectivamente. Puede hacer una prueba en casa. Si se coloca un juguete y se lo tapa con, por ejemplo, un libro y sin destaparlo se esconde otro juguete, la reacción será distinta si, al levantar el libro hay 3 juguetes o 2. Aunque no puedan expresar la cantidad o revelar que no podía haber tres según lo que pasó, pueden demostrar su sorpresa si las cuentas no dan lo previsible.
—Es una abierta defensora de la curiosidad. ¿Por qué?
—Porque esa enorme computadora de a bordo con la que nacen los bebés funciona a curiosidad. Porque trabaja, observa, conecta neuronas aprendiendo sobre su mundo a través de la experiencia y la práctica llevadas de la mano de la curiosidad. En este estado completamente abierto, los bebés se distraen fácilmente y todas las opciones están abiertas, lo que explica la increíble capacidad para inventar juegos tremendamente creativos en un abrir y cerrar de ojos. No se descarta nada, nada es demasiado ilógico como para desencajar. De dónde viene toda esta explosión de la curiosidad es algo que aún desconocemos. La curiosidad desenfrenada de los humanos es una gran estrategia evolutiva para aprender cantidades masivas de información.
—¿Qué es lo que nos hace cambiar cuando crecemos?
—Llegando a los 5 años, para sobrevivir, debemos sostener los principios básicos que nos permitirán seguir adelante. Cosas como reconocer lo que corta, lo que es un peligro o lo que se puede comer con confianza, sin necesidad de ir experimentando por allí. Ese es el momento en que las conexiones neuronales se clasifican en aquellas que se fortalecen y se vuelven eficientes para la vida de no bebé y las otras se van podando y desaparecen con en el tiempo. Se trata del desarrollo del control prefrontal que permite pasar por alto las distracciones, concentrarnos en tareas individuales y planificar lo que vendrá después.
—Por este principio asocia la forma de aprendizaje de los bebés con las posibilidades de mejorar la inteligencia artificial (IA), ¿verdad?
—Ese derroche curioso de mantener todas las posibilidades como válidas hacen que las posibilidades para sumar datos sea diferente al modo en que los especialistas de tecnología crean el contenido o las variables de esta tecnología. Una de las mayores trabajas que tiene la IA es el pequeño cambio fuera de parámetro. Por ejemplo: correr un vaso de agua sin que se caiga el agua que está adentro es muy difícil de comprender para una computadora porque tiene demasiadas variables imponderables. En nuestro laboratorio estamos trabajando en tender puentes entre el desarrollo humano temprano como fuente de modelos para la inteligencia artificial. En ayudar a los especialistas en tecnología a observar lo que hacen los bebés que pueda dar pistas útiles sobre direcciones para el aprendizaje informático. Lo que certeramente sabemos hoy es que los bebés pueden hacer lo que la IA no.
—¿Cuánto contribuimos los padres en la curiosidad creciente?
—De modo determinante. Los adultos son los que abren las puertas de la curiosidad al establecer diversidad, frecuencia, complejidad, densidad de estímulos. También los adultos son modelos a ser imitados. Los bebés hacen paralelos de imitación de acuerdo a lo que ven, no sólo de sus padres, sino también de la comunidad extendida de adultos que mantienen contacto con el bebé (cuidadores, abuelos, maestras, etc.).
—Usted distingue fuertemente a ciertos tipos de padres en relación a este punto.
—Sí, existe una diferencia crucial entre el padre atento que apoya el descubrimiento y el padre sobreprotector que lo reprime. Si el adulto nunca permite que el bebé corra pequeños riesgos que no impliquen ponerlo en peligro, nunca aprenderá a lidiar con él y se convertirá en un niño y adulto renuente a los desafíos. La crianza helicóptero, somete la imitación en contra de la experiencia libre del desarrollo del razonamiento autónomo. Es un tipo de educación que sigue el mismo patrón en IA. Los sistemas de aprendizaje profundo contemporáneos se centran en la imitación de datos y tienen muchas dificultades para generalizar modelos causales del mundo. Cosa que los bebés libremente hacen por sí solos.
—En su último libro habla de jardineros y carpinteros, ¿podría profundizar en la clasificación?
—Se trata de una metáfora que he usado para tratar de describir cómo piensa cada uno de nosotros y, en consecuencia, qué tipo de ideas impulsamos en los bebés sobre los que impactamos. Quien piensa como carpintero es quien sale y tiene una imagen en su cabeza acerca de aquí está la silla que quiero construir, y allí está la madera, y esto es lo que voy a hacer. Con mucho detalle y precisión es posible construir exactamente el tipo de silla que se desea. En el otro extremo está el jardinero que no tiene idea de lo que va a pasar en tu jardín, que sabe lo que le gustaría, pero que debe jugar con variables inmanejables. Un jardín, como cualquier sistema ecológico, para que alcance el éxito es esencial que sea variable, la diversidad lo hará más resistente. La crianza, entonces, consiste es provocar ese tipo de variabilidad inesperada. Es todo lo contrario a la crianza de un carpintero.