Decenas de migrantes venezolanos llegan a los distritos más remotos del Perú con el propósito de atender, con sus conocimientos, a los más vulnerables. Abordar áreas desasistidas se presenta como una verdadera oportunidad para ellos y para la sociedad que los recibe. No obstante, tienen que lidiar con discursos xenófobos y percepciones erradas sobre esta población.
Por: República
Yenifer Yánez se inclina para ver mejor la pierna de su paciente. Es una mujer de 52 años que fue por un chequeo general sin expresar quejas de un dolor aparente. Mientras conversaban, la médica observa una herida abierta en el tobillo derecho que le llamó la atención y pregunta cómo se la hizo. La mujer, sorprendida, dijo, con algo de resignación, que se trataba de una cortada que sufrió hace unos cuatro años luego de ser atropellada, pero nunca sanó.
La médico toma yodo, agua fisiológica y gasa para retirar cuidadosamente todo resto purulento que le afectaba. Se toma el tiempo de conversar más sobre la herida y le pregunta, en seguida, si padece diabetes o si tiene problemas de coagulación. La mujer lo niega para, acto seguido, decir que no ha tenido la oportunidad de hacerse los exámenes para poder descartar.
Aquella cita médica transcurre en un salón escolar del distrito José Sagobal, en la provincia de San Marcos, en Cajamarca. Un departamento que tiene siete de las 10 provincias más pobres del país, que incluye a Chota, lugar de nacimiento del presidente Pedro Castillo. Dicha estadística ha sido representada en el mapa de pobreza monetaria provincial y distrital del Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (INE) en 2020.
La doctora no es peruana. Nació en San Juan de Los Morros, Venezuela, y forma parte de los 1.2 millones de venezolanos que emigraron a este país. A José Sagobal llegó como parte de un contingente de 12 profesionales y técnicos dispuestos para abordar esa zona recóndita de la sierra norte, donde el Estado no suele llegar, en un vuelo de la Fuerza Aérea Peruana (FAP).
El grupo se constituyó en el marco de una iniciativa denominada Chance Para Sumar, implementada por la ONG peruana Cedro con financiamiento estadounidense. Sus promotores lo crearon como un modelo para sacar provecho del potencial laboral de la comunidad venezolana en la atención de demandas sociales.
“Buscamos integrar a profesionales venezolanos para la cobertura de brechas en distintos lugares y provincias de Perú. La idea es buscar fuerzas, unirnos y proveer de servicios básicos y atenciones a todos y todas las personas en territorio”, precisa Nancy Arellano, directora del programa Chance Para Sumar.
La integración de millones de personas ha avanzado en su afianzamiento, sin dejar de enfrentar desafíos que derivan de mensajes estigmatizantes contra los migrantes y refugiados procedentes de Venezuela.
La preocupación por el efecto de ese discurso ha quedado reflejada en el interés de académicos, centros de estudios especializados y organizaciones internacionales por determinar cómo los estereotipos afectan la percepción común sobre los venezolanos y cómo se presenta la imagen de esa comunidad en medios de comunicación y redes sociales, especialmente en tiempos de campaña política.
La cultura de discriminación se encuentra generalizada en el país de acuerdo a grupos de personas que fueron consultados para el estudio de opinión sobre la población extranjera en Perú, realizado por la Universidad del Pacífico con apoyo de Acnur, en marzo de 2021. En ese sentido, la percepción, en muchos casos, es negativa debido a la imagen criminalizante que presentan de esta población en medios masivos.
Para los voluntarios que se suman al programa, sin embargo, no los desanima esa ni otra dificultad en el empeño de demostrar que tienen mucho para contribuir. Mientras ese grupo brindaba asistencia en Cajamarca, otros dos colectivos de migrantes venezolanos realizaban la misma labor en la provincia de Huanta, en Ayacucho, y en Purús, ubicado en el departamento de Ucayali. Ambas zonas también tienen elevados índices de pobreza e infinidades de áreas desasistidas.
Hasta la fecha y tras realizar abordaje en zonas de Puno, Huancavelica, Ayacucho, Cajamarca, Cusco y Ucayali, han atendido a más de 5.000 personas. Llegaron a sus destinos con el apoyo de la FAP que motoriza el programa Alas de Esperanza precisamente para apoyar a voluntarios dispuestos a brindar atención social en áreas remotas.
“La calidad de los servicios que se brinda en esas zonas del país es muy pobre, es por ello que necesitamos personal capacitado y qué mejor oportunidad la que tenemos nosotros de contar con personal venezolano a través de la ONG Cedro”, comenta el Coronel Américo González, coordinador de Alas de Esperanza.