La imagen de mucha gente haciendo colas, aglomerada y esperando para entrar por la rampa del Hospital Clínico Universitario de Caracas (HUC) ya es cosa del pasado.
Antes de la pandemia por COVID-19 —que hizo de los hospitales de la red pública áreas exclusivas para la atención de pacientes con sospecha del virus y que dejó a un lado el resto de las patologías médicas— ya los centros de salud cojeaban de una pata.
Y en la actualidad, el panorama no se aleja por mucho de esa precariedad. Más bien, la desolación en las consultas, en los pasillos, la falta de trabajadores y de insumos reafirma que la emergencia humanitaria compleja está vigente.
Incluso los puestos de vigilancia dispuestos en las entradas tienen uno o dos vigilantes, lo cual ha hecho que la seguridad no sea un punto de honor en el Clínico Universitario, donde la gente hacía maromas de todo tipo para poder pasar.
Los pasillos del HUC, un centro asistencial tipo IV, pilar académico y de referencia nacional, muestran desatención en todos los rincones.
La mugre en este edificio ha ganado terreno ante la falta del personal y de insumos para la limpieza. Paredes, ventanas, pisos y pasamanos se ven sucios.
El hospital ya no huele a esa mezcla de alcohol que salía de las áreas de las Emergencia ni al cloro o desinfectante que solían dejar los obreros tras el paso de las mopas.
Ahora, el murmullo que recorre los pisos casi desiertos está ligado a frases como: “No tenemos herramientas”, “nos deben los uniformes”, “no tenemos para el pasaje”, “no hay seguridad”, “estamos trabajando con las uñas”.
Precarización de los servicios
Un trabajo publicado por la organización no gubernamental Transparencia Venezuela, el pasado 7 de abril, indicó que el HUC tiene una capacidad para 1200 camas y señaló que en ese centro no está en uso el tomógrafo porque en la sala no hay aire acondicionado.
De acuerdo a ese informe, tampoco hay resonador magnético y el electrocardiograma fue comprado luego de una colecta entre trabajadores del centro.
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