El sanguinario régimen de Bashir al Assad, que parecía tan firme y consolidado hasta hace poco, se desplomó como un castillo de naipes en menos de dos semanas de ataque de las fuerzas rebeldes acantonadas al Norte de Siria. Ese desplome se debió fundamentalmente a que sus aliados más firmes le retiraron el apoyo: Putin, el régimen teocrático iraní y las milicias chiítas de Hezbolá (El Partido de Dios, ni más ni menos).
El gobierno de Assad se había impuesto a sangre y fuego, conduciendo al país con mano de hierro a partir de 2011, cuando Assad sofocó las demandas por introducir reformas democráticas en Siria luego de desatada la Primavera Árabe en el Norte de África. Una vez más se cumplió el principio señalado por Lord Palmerston, diplomático británico del siglo XIX, quien apuntó, refiriéndose a Inglaterra, que los países no tienen aliados eternos ni enemigos perpetuos; lo que tienen eternos y perpetuos son los intereses nacionales y la obligación es preservarlos.
El costo económico y militar de mantener la invasión a Ucrania ha sido demasiado alto para Putin. La crisis económica de Irán ha venido profundizándose durante los años recientes, además se encuentra bajo el constante acoso de Israel y, por añadidura, el gobierno de Netanyahu ha golpeado de forma implacable a Hezbolá, la milicia que le ha servido a los ayatolas como fachada para tratar de extender las fronteras del chiísmo, sin involucrar directamente al ejército iraní en esa expansión. Los últimos golpes que le han infligido los cuerpos de seguridad y los militares israelitas a Hezbolá han sido mortales para el grupo terrorista. Su estructura y liderazgo se encuentran seriamente lesionados.
Los grupos insurgentes que enfrentaban a Bashir al Assad hicieron una lectura correcta de la situación en la que se encontraba el déspota: sus socios internacionales estaban debilitados por distintas circunstancias y con pocas posibilidades de embarcarse en un nuevo conflicto armado, tal como lo habían hecho a partir de 2011 cuando comenzó la guerra civil y Al Assad les pidió ayuda; además, la situación interna del dictador estaba muy comprometida por su nivel de desprestigio: su administración, particularmente él y su entorno familiar, era acusada de corrupta; los soldados, incluidos los oficiales, recibían remuneraciones miserables; y el país estaba sumido en una crisis económica, política e institucional a la cual no se le veía salida en el corto o mediano plazo. La guerra civil y el hundimiento generalizado empujaron al éxodo a casi siete millones de habitantes, cuatro de los cuales se trasladaron a Turquía, la nación más afectada por el descarrilamiento de Siria.
En medio de ese cuadro, las principales facciones oponentes limaron asperezas y decidieron lanzar una ofensiva organizada que terminó siendo fulminante, parecida a la protagonizada por los talibanes en Afganistán. Las tres milicias más importantes, que ahora se reparten el territorio y el poder, son: Hayat Tahrir al Shar -Comité de Liberación del Levante- (HTS), aparentemente respaldado por Catar; el Ejército Nacional Sirio (ENS), apoyado por Turquía; y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), impulsadas por Estados Unidos y los kurdos.
Esas tres facciones tendrán que llegar a acuerdos y formar un gobierno que le dé estabilidad a Siria y evite su balcanización. En este momento resulta muy difícil prever cómo será el curso de los próximos acontecimientos. Lo que se sabe a ciencia cierta es que el dictador huyó despavorido a Rusia con su esposa y sus tres hijos, dejando en la estacada a sus cómplices. Putin, como compensación por el abandono previo, decidió acogerlo para que disfrutara de la inmensa fortuna acumulada a lo largo de un cuarto de siglo de latrocinio (habría que contemplar lo saqueado durante las tres décadas que gobernó su padre, Hafez al Assad, creador de la dinastía). También se conoce que el nuevo primer ministro es un ingeniero experto en el Islam a quien se le encargó formar gobierno. Se sabe que Hayat Tahrir al Shar, la fracción que lideró la sublevación, estuvo vinculada con Al Qaeda y el Estado Islámico, dos organizaciones tenebrosas, representantes del lado más radical del fundamentalismo islámico. Sin embargo, sus líderes, en especial Abu Mohammed al Jawlani, la figura más conocida, han insistido en que el vínculo con esas agrupaciones se rompió hace años y que adoptaron posturas más moderadas. Hay que esperar. Igual dijeron los talibanes en Afganistán, y el mundo está observando –con mucha indiferencia, por cierto- lo que sucede en esa sufrida y olvidada nación.
Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, le recomendó a Al Assad que negociara con los rebeldes una transición pacífica y ordenada. Este se negó amenazando con ‘aplastarla’ sin misericordia. Ya vimos lo ocurrido. Bashir al Assad fue abandonado por aliados con los cuales creía haber firmado un pacto de sangre. Su experiencia no ha sido la primera ni será la última.
Hay que negociar cuando se puede, para que luego no sea demasiado tarde. Conviene recordar que Lord Palmerston tiene razón.
@trinomarquezc